Gladys Parentelli. 2005. La igualdad y la diferencia: aportes del feminismo







Gladys Parentelli. 2005.  La igualdad y la diferencia: aportes del feminismo, Charla presentada en el Encuentro en torno a la exposición Agua de colonia, Sala RG, Fundación CELARG, Caracas, 1 de diciembre de 2005



1. Las teorías feministas han dado aportes indispensables a los movimientos feministas. Las intelectuales líderas, en especial las académicas que dirigen programas de licenciaturas, maestrías, doctorados, en feminismo o ecofeminismo, necesitan de esas teorías y las conocen en profundidad, las dominan, igual que las analistas que compilan libros que sirven a profesoras, investigadoras y estudiantes. 

Aunque he sido alumna en cursos de feministas históricas y leído sus libros, no soy experta en teorías feministas. Lo que sí soy es militante feminista y, ahora, ecofeminista. Expongo lo que pienso, fruto de mi experiencia, de mis observaciones, de mis reflexiones, de lo que he aprendido con y de miles de mujeres que han sido mis compañeras de luchas, mis maestras, mis amigas.  

2. Aunque, desde el siglo X hubieron pioneras feministas, ecofeministas, como, por ejemplo, Hildegarde von Bingen, Sor Juan Inés de la Cruz (1651-1695), el feminismo tiene una corta historia con este nombre. Cuando se habla de feminismo, se piensa, cuando más, en el movimiento sufragista iniciado el siglo XIX, pero sobre todo, en los fuertes movimientos que comenzaron en Europa y EEUU en la década del 60, siglo XX. 

En América Latina, el feminismo que alcanza mayor número de mujeres es el mujerismo: grupos u organizaciones no gubernamentales, que se fundan para hacer frente a problemas concretos de ellas mismas o de sus hijas. Por razones obvias, muchas evolucionado hacia el feminismo. Otras tienen ideas y actitudes feministas, pero lo niegan para evitar chocar con el machismo y misoginia reinantes. 

No pienso que sea esencial que mayoría de las feministas necesiten de mucha teoría para serlo. Lo que sí necesitan es tomar conciencia de sus propios problemas y unirse a otras mujeres para reflexionar, estudiar y luchar para cambiar su situación.  

En efecto, si las mujeres estamos hoy menos oprimidas que ayer, es porque, en algún lugar del mundo, en alguna fecha que, en general ignoramos, alguna mujer luchó, con dura y fiera voluntad contra alguna opresión. La mayoría anónimas, como los millones de mujeres sabias que la Inquisición persiguió, durante siete siglos oficialmente 1233-1819, y quemó como brujas de quienes la historia ignora sus nombres, salvo cuando alguna historiadora feminista lo recupera, como el caso de Guillerma de Hungría por parte Luisa Muraro. Ellas nos precedieron en las luchas porque estuvieron claras en cuanto a lo que debían atacar, tuvieron voluntad de continuidad, de dar la pelea hasta el final; le dedicaron, sin reposo, el tiempo que otras tomaban para su descanso, placer o recreación. 

Los diferentes grupos de mujeres, además de luchar por sus problemas específicos, también, deben agruparse en redes nacionales como el Movimiento Amplio de Mujeres de Venezuela (en todos los países de América Latina funcionan coordinadoras nacionales de ONG mujeriles) para enfrentar problemas que las afectan a todas: normas, leyes, en fin todo lo que impide a las mujeres gozar de sus derechos de humanas. 

3. Hoy las mujeres gozamos de más derechos que nuestras abuelas, pero no debemos olvidar que los derechos implican deberes, responsabilidades: quienes sólo exigen derechos sin cumplir el deber que corresponde a cada derecho, son, simplemente, parásitos. 

Hay deberes que me parecen importantes. Uno concierne al lenguaje, porque el lenguaje que hablamos o escribimos sale de muy adentro, de la cultura que aprendimos desde antes de poder pensar o hablar. 

En efecto, la cultura patriarcal implica una memoria colectiva que nos envuelve y domina de tal modo que aunque pasemos, como es mi caso, toda la vida a hacer el esfuerzo de librarnos de esa cultura que mamamos junto con la leche que nos hizo crecer, seguimos prisioneras de ella, sin ni siquiera advertirlo, seguimos sin ver como nos domina el machismo, la misoginia, el autoritarismo, el egoísmo, el todo vale, la apatía ante un lenguaje que nos invisibiliza. 

A este respecto baste con recordar que, por ejemplo, las pioneras francesas fundaron el movimiento de liberación de la mujer, en singular, como que las mujeres fueran todas iguales y tuvieran todas exactamente los mismos problemas. Ellas eran de clase media, blancas, profesionales, adultas... Sólo décadas mas tarde descubrimos que no podíamos hablar en singular, que las feministas pertenecían a diversas clases, etnias, profesiones, tipos, grupos etarios: que había feministas blancas, negras e indígenas; académicas y analfabetas; profesionales, amas de casa y trabajadoras sexuales; empresarias, obreras y desempleadas; urbanas y campesinas; jóvenes, adultas y ancianas; de clase alta, media, baja y excluidas; casadas, solteras y monjas; heterosexuales, lesbianas y transformistas; dirigentas de ONG y autónomas... Recuerdo que, en el portón de entrada al lugar del Encuentro Feminista Latinoamericano de 1985 (Bertioga, Brasil) las organizadoras rechazaban a las militantes de partidos políticos, como del PT de Lula, y que las feministas históricas, lideradas por Margarita Pisano, se reunían para decir que solo debían participar feministas y nunca esas ignorantes como las adolescentes Claudia y Carla, hijas de Tecla Tofano. 

¿Ya nos hemos preguntado por qué cuando se habla de un varón se dice hombre y cuando se habla de una niña o de una mujer se dice hembra? Hombre es la humanidad, el ser humano respetable. Hembra, según la primera acepción del Diccionario de María Moliner, significa: En las especies animales con sexos separados, organismo que tiene el sexo femenino. (p. 1466, Vol. 1). Hasta la Biblia, Génesis, 1, 27, dice: Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios LO creó. Macho y hembra LO creó. Hombre no corresponde a hembra, lo que corresponde a hembra es macho, como varón corresponde a mujer.

4. La antropóloga estadounidense Margaret Mead, como resultado de sus investigaciones sobre roles sociales en varios pueblos (Samoa, Oceanía, década del 20, siglo XX) nos enseñó que las diferencias marcada en los roles de varones y mujeres eran nocivos para el ser humano y para la sociedad. Los varones tienen roles que lo llevan al poder, mientras las mujeres tienen roles que las llevan a la servidumbre bajo el pretexto, del manto piadoso y manipulante de la feminidad, de la maternidad, del servir que se exige a las mujeres. 

Hay valores que impuso la cultura patriarcal y mantienen los patriarcas con su hambre desmedida de poder, poder androcéntrico que siempre es excluyente y supone egocentrismo, verticalidad, autoritarismo; poder que no respeta a las personas, ni a los animales, ni a los recursos de la Tierra; que ha transformado la ética en moral represiva; que excluye a la mayoría de la población mundial, en especial a los empobrecidos, a los niños, a las mujeres. 

Por ser occidental y cristiano, el paradigma del patriarca es  el jerarca eclesial, con su permanente voluntad de relegar a las mujeres a la invisibilidad, a la ignorancia, de quitarnos el poder que nos da nuestra propia autoestima y la estima y el respeto de la comunidad. Jerarca que nos quiere como máquinas de parir, porque solo considera nuestro útero, olvida que las mujeres, también, tenemos inteligencia, capacidades, manos, creatividad. Hay pueblos que han sufrido dictaduras de hasta cinco décadas, mientras que las mujeres occidentales y cristianas sufrimos una dictadura que ya dura 1.600 años! porque, como dijo Octavio Paz, mientras el cristianismo se pierde, la Iglesia se salva. 

Por ello, teólogas ecofeministas como Ivone Gebara, exigen cambiar la antropología androcéntrica que, desde hace seis mil años, nos impone al varón como dueño absoluto del Universo, por una antropología inclusiva centrada en el respeto a toda la Vida de la Tierra. 

5. Igual que el poder monoteísta, todos los demás poderes fundamentalistas, dogmáticos, que en las últimas décadas han aumentado su capacidades de dominación, de manipulación, tienen como prioridad promover nuestra ignorancia, nuestra falta de información a todos los niveles. En esta era de avances científicos y tecnológicos, el mayor crimen consiste en que minorías privilegiadas se guardan para sí el conocimiento que el pueblo necesita para crecer, progresar, acceder a lo necesario para una vida digna, una cierta felicidad. 

Los poderes ilegítimos e injustos se desmoronan o se desmoronarán, mas temprano que tarde, cuando cada persona y el pueblo todo accedan a la educación, a la capacitación, se armen con los recursos que les otorga el conocimiento. Es el conocimiento el que nos permite hacer nuestro aporte como ciudadanos responsables, organizarnos para exigir nuestros derechos, desarrollar acciones y proyectos sororales, solidarios, para lograr una sociedad con mas justicia para todas y todos. 

Ser feminista es dar absoluta prioridad a la sororidad hacia todas las mujeres sin ninguna excepción. Sororidad que significa respeto, empatía, compasión, benevolencia. Sororidad practicada en cada ocasión que una mujer es etiquetada, denigrada, criticada, juzgada con frivolidad o superficialidad. Sororidad que exige asumir la defensa de cada mujer, aunque ella sea una desconocida, una enemiga política, la madre que abandona a su hijo... 

 Cada una de estas mujeres porque es diferente, porque se sale de la norma que el sistema impone, es vista como irresponsable, mala, exigente, floja o cualquier otro calificativo negativo. Sin embargo, en nombre del derecho a la libertad de todas y de cada una a todas le debemos respeto, empatía, compasión, sororidad. Y que conste que no hablo de tolerancia, palabra tan de moda, porque tolerar según la primera acepción del Diccionario de María Moliner, significa: “No oponerse quien tiene autoridad o poder” (p. 1251, Vol. 2), es decir que tolerar supone una actitud de superioridad, de dogmatismo, de fundamentalismo.

 

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